He aquí paños de noche recortada, sustancial, respirando y con nervaduras, de negros sobre negros superpuestos y conjugados de donde se engendran despliegues diversos, coordinados y conmovedores, de transparencias y opacidad mural, de claridades secretas, de brillantez y de mate. Y “detrás de eso que llamamos luz, no hay otra cosa que la diferencia entre dos oscuridades” (Adonis).
Los cuadros de Sandra Sanseverino nos conducen dentro de la experiencia de una noche pictórica, toda junta despojada y suntuosa, que al mismo tiempo nos adviene como una epifanía y nos hunde o nos pierde en su abismo de ennegrecimiento estratificado y por tanto aclarado. La artista luego de haber transcurrido un paciente camino de aprendizaje, se ha liberado tanto de la tentación de la figura demasiado locuaz como de una cierta gestualidad demasiado narrativa del yo o solamente catártica; abandona también; por necesidad de amplitud pictórica las operaciones demasiado gráficas, comprometidas en dibujos e ideogramas ficticios efectuados en tinta china, donde sin embargo su pasión por el negro (que ella dice: “color de concentración, de meditación, de interioridad”) encontraba ya un primer lugar de ejercicio fructuoso. Los faros artísticos que movilizan su admiración podrían ir desde El Greco a Whistler (Nocturnos), de Rembrandt y de Goya a Rothko (pinturas de la capilla de Houston) y, sobretodo, a la obra de Pierre Soulages. Ella se inscribe en esta familia, pero para honorarla con aporte específico.
Trabajar, liberar, meditar y manifestar las fuerzas visuales de la vasta gama pigmentaria de la materia negra abriéndose hacia una frecuentación de lo invisible, y anudar esta demiurgia cromática de lo nocturno a algunos esquemas espaciales (la verticalidad, la elevación, el entrecruzamiento…) privilegiados pero practicados con gran variedad, flexibilidad y finesa: así podríamos, simplificando designar los cuadros mayores dentro de los cuales la artista concentra, con ascesis, los actos de su exploración creadora. Aquí tres llamas negras suaves o rayos abetunados planos se elevan en el seno de una noche de pie y; acá una verticalidad central abierta, iluminada de de gris, de modalidades de antracita y con huellas blancas, exalta una napa nocturna densa y se rodea de cruzamientos de una suerte de grilla irregular y desajustada como una red distendida; en otro lugar cuadrados desreglados armonizan un vitral improbable de ecos de noches y de resplandores …
Ciertas telas se llaman “Árboles”, otras se bastan de un Sin título, pero todas son habitadas de una puesta de sentido, son irreductibles tanto a la vacuidad de un simple juego plástico formal, como a un simbolismo hablador y simplista. Ellas nos dan entonces a vivir una experiencia sensible y espiritual densa y escalonada -que va de la sensualidad a un género de lo sublime: de un sentimiento de naturaleza viviente, hecha de ritmos forestales oscuros, erguidos y ramificados -a signos de tipo “religioso” (cruzamientos, cruz, grilla, indicios del hombre o de la osamenta y de la unidad del universo, movimientos de asunción, de iluminación , de recubrimiento, de revelación, etc.) pero desenclavados de toda obediencia local, elevados al estatuto de símbolos abiertos y universales. Última repercusión: un efecto de sacralidad y de silencio “místico”. Se entrecruzan, se magnifican y se vivifican recíprocamente, en las pinturas de Sandra Sanseverino, la noche de la naturaleza y la noche de los místicos… (Y recordamos que la artista vivió muchos años en su Argentina natal, una permanencia situada en pleno bosque, y que está mentalmente impregnada por los escritos de Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y del maestro Eckhart).
Bruno Duborgel